domingo, 15 de marzo de 2020

ANTRAX, CORONAVIRUS Y LA ESTRATEGIA DEL MALTHUSIANISMO EN PLENO SIGLO XXI


El mundo entero no puede salir de su asombro por las primeras consecuencias que están aconteciendo en torno al Coronavirus, enfermedad invisible que, de acuerdo a la Organización Mundial de la Salud (OMS), ya fue declarada con el grado de “pandemia”. Sin que todavía se sepa con certeza el origen de esta propagación que tiene en vilo a la humanidad, con alto grado de sospecha sabemos se originó en el principal oponente y competidor de los Estados Unidos: hablamos del gigante asiático China.

Y vamos a detenernos un poco en este peldaño, pues al mismo tiempo que comenzaron a surgir las primeras noticias sobre esta nueva peste, se viralizaron por todas las redes sociales –en especial, por Whatsapp- unos cuantos videos repugnantes en el que se observaban a ciudadanos chinos que ingerían vampiros en soperas, retoños de roedores todavía vivos que, servidos en platos, eran agarrados con palitos y llevados a la boca, y perros, patos, ranas y cerdos siendo despellejados vivos para ser, más tarde o más temprano, servidos en alguna mesa para su degustación. Todo, claro, muy bien orquestado y oportunamente distribuido a los ojos de Occidente con una sincronización tal que, como respuesta inmediata, como pensamiento mágico y sin filtros disparaban el terror y el vituperio hacia la cultura china, hacia el gigante asiático que desde hace un tiempo le hace sombra a Estados Unidos de Norteamérica.

Quizás las mentes un poco más agudas ya sabían que en China se comen más de un centenar de especies animales, y eso por la superpoblación existente y porque su cultura así los ha educado. El craso y estúpido error de Occidente ha sido siempre el de ver el mundo con ojos occidentales, sin apreciar la variedad cultural que el planeta Tierra tiene en sus diferentes puntos cardinales, la mayoría de los cuales ni siquiera conocemos.

Desde China, el Coronavirus efectuó, al parecer, un derrotero que abarcó Corea del Sur, Irán –otro país en el que Estados Unidos tiene puesta su mira-, Japón y, en unas pocas semanas, Italia, España, Francia, etc., para saltar a Estados Unidos y demás estados hispanoamericanos como el nuestro. El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, fue de las autoridades mundiales que más tardíamente salió a tomar algunas medidas de precaución ante la pandemia declarada por la OMS.

Si se tienen en cuenta los índices de mortalidad, el Coronavirus todavía hace cosquillas, y dada la organización de países serios como China, la epidemia parece desacelerarse, mientras que en otros puntos del globo terráqueo los ministerios de Salud hacen agua por todas partes sin hallar una solución concreta.

Como es costumbre, las alarmas se desatan por las consecuencias que traen consigo estas enfermedades que no reconocen fronteras y que, engrosadas por el analfabetismo locuaz de los periodistas, provocan estupor y paranoia. Así ha surgido, pues, una suerte de revisionismo histórico de las pandemias que asesinaron a la población mundial a lo largo de los siglos. Se habló de la peste bubónica, de la viruela, del sarampión, del Ántrax, de la Gripe A, del dengue y, claro está, del Coronavirus.

Sin embargo, nadie ha reparado en las teorías del inglés Thomas Hobbes (1588-1679) ni en las del economista de igual oriundez Thomas Robert Malthus (1766-1834), verdaderos propulsores y diseñadores de la economía clásica liberal que admitían, el primero, que el hombre propendía a la autoconservación y que por ello “el hombre es un lobo para el hombre”, mientras el segundo hablaba sobre la superpoblación mundial y en lo adecuado que sería eliminar a parte de los humanos a través del fomento de guerras, pestes y enfermedades, para que la comida alcanzara para los sobrevivientes.

Estas dos pautas, la de la autoconservación lobuna del hombre y la de eliminar población por la escasez de alimentos, han sido reglas de oro para los liberales desde que dicha escuela económica existe como tal. Demás está decir, que las llamadas políticas malthusianas existieron y existen en los programas de gobierno de los liberales, y, aunque solapadamente, de tanto en tanto echan mano de esas políticas para achicar o reducir a la población que consideran, desde sus calculadores ojos plutocráticos, como indeseables o inservibles.


La muerte adrede de población que está de más o que obstruye los lineamientos liberales del Nuevo Orden Mundial (NOM), que persigue con avidez, entre otros propósitos, el dominio de los recursos naturales en los países subdesarrollados, es la que ha permitido la expansión de virus como el Ántrax o el Coronavirus. Cada pandemia responde a un contexto que, variando en sus imponderables, tiene bien definida su causa y su efecto, que son unívocos y perfectamente estudiados para que provoquen los cataclismos esperados.

Un ejemplo de política malthusiana dentro del contexto del Coronavirus lo hemos notado en las declaraciones hechas recientemente por el Primer Ministro de Inglaterra, Boris Johnson, a quien le importa más el rumbo de la economía que los muertos que la pandemia pueda producir en su país.
Así lo informaba el portal “Infobae” el 14 de marzo de 2020, bajo el título “Coronavirus: Reino Unido se diferencia del mundo, sacrifica a los más vulnerables y privilegia la economía” (www.infobae.com/america/mundo/2020/03/14/coronavirus-reino-unido-se-diferencia-del-mundo-sacrifica-a-los-mas-vulnerables-y-privilegia-la-economía). En las tierras donde nacieron los siniestros Hobbes y Malthus varias centurias atrás, hoy se continúa con su triste legado de dejar morir a los inútiles o inservibles que acarrean enormes gastos innecesarios para la economía y el bienestar material de Gran Bretaña. Se puede leer en la volanta de la crónica, que

“Londres está apostando por extender el pico del brote [de Coronavirus] a los meses de verano, para aliviar la presión sobre el Servicio Nacional de Salud (NHS) y los servicios de emergencia administrados por el estado. Pero el plan también evidencia la resignación de un gobierno ante lo inevitable… Es que en la balanza de Johnson, pesa más la economía. Es mejor intentar proteger la economía para los que sobrevivan.”

En esto también puede verse la mano del darwinismo social que, casualmente, debe su origen teórico a otro inglés: Charles Darwin, de quien se sabía trabajaba para el Foreign Office de su nación.

Otras políticas para reducir población, además de las expuestas, son el fomento del homosexualismo, el aborto y el control de la natalidad, políticas que siempre han tenido por finalidad la preservación de los recursos naturales o materias primas de los países subdesarrollados para usufructo de las poblaciones de las naciones desarrolladas o superdesarrolladas. 

El brasileño Josué de Castro, en 1955, expuso que “Nuestra civilización mecanicista después de saquear el mundo de tal forma que ya reconoce oficialmente que están por agotarse las riquezas fundamentales del planeta, ahora confiesa su bancarrota y aconseja a los pueblos marginados restringir su natalidad a fin de que sean ahorrados los restos del asalto en beneficio de los actuales grupos privilegiados”.

El 30 de julio de 1973, el ex mandatario argentino Juan Perón, ante delegados gremiales en la sede de la Confederación General del Trabajo (CGT), manifestó:

“Nosotros debemos pensar que quizás antes del año 2000, en que se doblará la actual población de la Tierra y disminuirá a la mitad la materia prima disponible para seguir viviendo, se va a tener que producir, indefectiblemente, la integración universal. Es decir que los hombres deberán ponerse de acuerdo en la defensa total de la Tierra y en su utilización como hermanos y no como enemigos unos de otros.

“Además de eso, será necesario llegar a la solución del problema de la superpoblación. En la Tierra ya ha habido superpoblación; eso se ha producido en algunas regiones, ya que obedece no sólo al número de habitantes, sino a la desproporción entre el número de habitantes y los medios de subsistencia.

“Las soluciones han sido siempre de dos naturalezas: una es la supresión biológica, es decir, matar gente, de lo cual se encargan la guerra, las pestes y el hambre, que es la enfermedad que más mata en la Tierra. La otra solución es el reordenamiento geopolítico, que permite una mayor producción y una mejor distribución de los medios de subsistencia.”

En un momento tan crítico que vive el mundo, con un sistema liberal que ya no da respuestas a las demandas de la población universal, y que, sin embargo, se obstina en ceder el control apelando a mecanismos violentos, infrahumanos y mentirosos, la aparición del Coronavirus parece ser el método criminal indispensable para descomprimir, y camuflar, tanta miseria.


Recuerden el Caso Ántrax, dado a conocer a las pocas semanas de producirse los autoatentados a las Torres Gemelas de Nueva York, en septiembre de 2001. Se trataba, según el entonces presidente de los EE.UU., el criminal de Guerra George Bush, de “una segunda ola de atentados terroristas” contra su país (“El ántrax amenaza con aguar la Navidad”, diario La Nación, 4 de noviembre de 2001). Las esporas de Ántrax (Bacillus Anthracis) fueron distribuidas a través de correspondencias (cartas), las cuales, una vez abiertas, se introducían por la inhalación involuntaria de las personas dentro de su organismo provocándoles la muerte.

En total, 5 ciudadanos norteamericanos fallecieron por esta metodología, entre el 18 de septiembre y noviembre de 2001. Otra vez, sonaron las alarmas en todo el mundo, y la palabra Ántrax se volvió familiar, sólo que esta vez añadido a un tipo de arma empleada por “células terroristas de Al-Qaeda” para seguir supuestamente masacrando ciudadanos estadounidenses. 

 No obstante, todo resultó en un engaño universal al comprobarse que, casi siete años más tarde, el martes 29 de julio de 2008, se suicidaba el norteamericano Bruce Ivins de “una sobredosis de medicamentos, en las afueras de esta capital [Washington]”. ¿Y quién era este Bruce Ivins? Un científico experto en biodefensa que trabajaba para el Ejército de los Estados Unidos, y que era una de las pocas personas que estaba familiarizada con las esporas de Ántrax en ese territorio.


El diario La Nación del 2 de agosto de 2008, expresaba que el objetivo de Ivins “era hallar un antídoto contra el ántrax, por lo que mantenía contacto diario con las esporas y experimentaba en monos. Hasta hace unas semanas, trabajaba en el área de biodefensa del Fuerte Detrick”, perteneciente al ejército norteamericano. Y en otro párrafo, se reflexionaba acerca de su suicidio, que dejó un tendal de interrogantes que nunca más podrán ser aclarados:

“Ahora, con la muerte de Ivins, aun cuando todavía no se sabe si fue el responsable o un simple cómplice de la propagación de las esporas, quedará sin responder una serie de cuestiones fundamentales.

“Por ejemplo, por qué el ántrax causó la muerte de cinco personas entre septiembre y noviembre de 2001; paralizó oficinas públicas; generó pánico dentro y fuera de Estados Unidos, y llevó a sospechar de células terroristas quizá vinculadas a Al-Qaeda.”  


El derrumbe de las Torres Gemelas sumado a estas muertes por Ántrax perpetradas por un bioquímico militar del propio país afectado, han servido para la irracional locura belicista del republicano George Bush, gracias a quien Medio Oriente se ha convertido en tierra arrasada con interminables guerras civiles pero, eso sí, bajo la “civilización” y el dominio político, económico y militar del eje Estados Unidos-Inglaterra-Israel.

Cabe preguntarse, entonces, en virtud de los antecedentes que nos ofrece el mundo contemporáneo: ¿Y si lo del Coronavirus sirve para acrecentar el poderío de ese mismo eje?


Por Puñal Mazorquero