Ante las puertas de un nuevo aniversario del golpe de Estado liberal y gorila del 16 de Setiembre de 1955, se hace necesario recurrir a los archivos de aquella época para buscar responsables del tremendo suceso. Tratamos, en la medida de lo posible, de revolver los documentos gráficos u orales de todos aquellos momentos, episodios, etc. que, a nuestro entender, tuvieron como finalidad quebrantar etapas dignas y benefactoras de y para nuestra Patria. En el caso que hoy nos atañe, encontramos el periódico "El Mundo" del lunes 14 de Noviembre de 1955. En su página 4 y ocupando unas cuatro columnas, yace la siguiente editorial, escrita por el delincuente Ernesto Sábato...:
Los enemigos de la Revolución
por Ernesto Sábato
La Revolución ha sido calificada de Libertadora, y con fundamentos: porque por encima de cualquiera otra circunstancia se propuso la restauración del reino de la Libertad. Y esta palabra es algo más que una palabra. La Libertad es el fin de toda una era de ignominia y cada uno de nosotros lo sabe ahora concretamente; más que saberlo, lo siente en sus venas, en su cuerpo, en su corazón. Hemos tenido en doce años la terrible vivencia de lo que es la falta de ese sagrado principio, sin cuya vigencia los seres humanos se convierten en cosas y en basuras, en medio de un inmerso pantano de barro y sangre.
Individuos que hasta ayer estuvieron con la tiranía, personas que recibieron dinero para hacer propaganda del régimen, propugnadores de la monarquía absoluta y de la inquisición, gente que se prosternaron ante Hitler y jerarcas para adorarlos y recibir su desdeñoso elogio, ahora pretenden aparecer como los grandes merecedores de la Revolución. ¡Cuánto más nobles son esos pobres obreros peronistas que han seguido siendo fieles a un jefe, a un jefe que para colmo los engañó y traicionó! ¡Cuánto más dignos son esos humildes proletariados que todavía hoy, sin nada que ganar, siguen invocando con fervor el nombre del líder que sin embargo huyó cobardemente, cuando su deber era el de morir al frente de sus masas! Ellos sí merecen todo nuestro respeto, ya que al fin de cuentas son los únicos que fueron leales hasta el fin, más que a un falso apóstol, a un principio. Y así como la traición es siempre repudiable, aunque se haga por un fin noble, la lealtad, aunque se cumpla por un conductor apócrifo, es siempre digna de respeto. Pero estos individuos que hasta ayer fueron fundadores de la Alianza; que persiguieron con las armas en la mano -y el simultáneo y reconfortador apoyo de la Policía Federal y el dinero del Estado- la libertad y la dignidad humana; que aplaudieron la matanza de judíos en Alemania; estos curiosos y paradojales católicos que simularon ignorar la persecución a los católicos democráticos en territorio germánico, en cuyos campos de muerte sucumbieron valientemente tantos sacerdotes de su Iglesia y hasta ilustres pensadores de su credo como Landsberg; estos católicos para los cuales no había contradicción entre el grotesco paganismo de ópera wagneriana y el cristianismo, entre la sádica furia de la Gestapo y el amor a Jesús; esos católicos que hasta ayer no más apoyaron un régimen de infamia en nuestro propio país, sin ignorar que sus mejores hombres estaban en el destierro, en la cárcel o en la miseria; un régimen que había reemplazado la religión por el libertinaje de sus jerarcas; la administración por el latrocinio; la justicia social por la demagogia; esos individuos no son los más indicados para dar ahora lecciones de libertad y de dignidad, a los que han sufrido dignamente doce años de persecución y pobreza por no haberse querido entregar, cuando buena parte de ellos usufructuaban, al parecer, sin remordimientos de conciencia, altos cargos en la Nación. ¡Hasta de sofismas y de estafas lingüísticas!
¡No son los nazis y los aliancistas los que han de venir a hablarnos de Libertad! En buena hora esta crisis de la Revolución; por lo menos ahora sabremos quiénes estamos con quién y con qué. Si triunfan ellos, sabremos que un nuevo y sombrío período como el que ellos mismos iniciaron en el 43 se abre para nuestra pobre patria. Si triunfamos nosotros, los católicos o no católicos que creemos en la Libertad, sepan que terminaremos con todo intento de que los enemigos de la Libertad se encaramen en su nombre para convertir a la Nación en una nueva, atroz y gigantesca cárcel de la carne y del espíritu. No permitiremos que en nombre del futuro se apoderen del poder siniestros culpables del pasado.
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Podríamos dar muchos nombres involucrados en uno de los golpes de Estado más catastróficos que ha vivido el país en el siglo XX. En la misma página hay otra editorial firmada por José María Monner Sans, padre del miembro de la masonería y actual juez Ricardo Monner Sans, con idéntica retórica a favor de los execrables Pedro E. Aramburu e Isaac Francisco Rojas...
La sinarquía en su máximo esplendor. Los liberales que entonces tomaron el poder, dieron rienda suelta a comunistas, socialistas, masones, etc., a quienes les permitieron copar la educación y la cultura -legado nefasto que hoy continúa-, según un estudio sobre el comunismo en América Hispana de 1957 y 1958:
"No se queman las iglesias, pero se destierra a Cristo de la escuela y se niegan las adscripciones a los institutos normales dirigidos por religiosos; no se amenaza desde los balcones de la Casa Rosada, pero se entregan las radios y los diarios, sin excepción, a comunistas, socialistas y laicistas, y no se anula la imposición sorpresiva del divorcio en la legislación nacional; no se insulta a los organismos laborales cristianos, pero se entregan los sindicatos a los marxistas, y las universidades, colegios y escuelas a los masones, izquierdistas y laicistas, llamando, en cambio, clericales y extremistas a los católicos conscientes que luchan valientemente contra sus hipocresías; se multiplican, en fin, las diócesis y los actos oficiales de boato religioso, pero se evita que la legislación sea católica, lo cual da pie para pensar que se hace con el propósito de disimular su hipócrita persecución contra la iglesia".
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