Boletas electorales de la década de 1990. Puede notarse en ellas los nombres de tres políticos que estuvieron ocupando cargos públicos a partir del año 2003: Néstor Kirchner (presidente de 2003 a 2007 y diputado nacional de 2009 a 2010), Carlos "Chacho" Álvarez (secretario del MERCOSUR en 2005) y Nilda Garré (en la boleta de la ALIANZA figura como 6ta. candidata a diputada nacional). La imagen sintetiza la esencia del "neoperonismo kirchnerista", esto es, la unión de varios exponentes que transitaron la última etapa decadentista del país.
Cruzando el umbral de la primera década del siglo XXI, encontramos a una fuerza política que se autoproclama como “superadora” del Nacional Justicialismo enunciado por su creador, el teniente general Juan Domingo Perón, a través de los textos fundacionales y más acabadamente doctrinarios. Así, tras el triunfo en las urnas del domingo 23 de octubre de 2011, el kirchnerismo ya tiene –para sus adentros- más coraje para declararse como un novedoso estadio político en la vida social de los argentinos. Lógicamente que, en todo esto, no hay originalidad, y sí mucho de simulación, imitación y venganza.
El peronismo doctrinario u ortodoxo está pagando muy caro el derramamiento de sangre que tuvo que padecer para mantener las 20 Verdades Justicialistas y el movimiento obrero organizado indemnes, ante la amenaza de los imperialismos de turno que, en su tiempo y espacio, y con sus hombres y tácticas, quisieron doblegarlas y subvertirlas. No está de más advertir que el peronismo doctrinario es una pieza de colección, o quizás el refugio de los matreros, de los desubicados por las estrategias del sistema corroedor.
Internamente, el Movimiento Nacional Justicialista enfrentó –con dispar resultado- varios cismas que pudieron haberlo derrotado mucho antes que durante el menemismo o el kirchnerismo. Entre las décadas de 1960 y 1970 ocurrieron aquellos primeros cimbronazos que luego hicieron eclosión y terminaron con la bella doctrina cristiana, humana y nacional del peronismo, y eso debido a una larga proscripción que, más allá de haber consolidado la llegada nuevamente de Perón al poder en 1973, ya había cometido demasiados estragos y rupturas. En esos 18 años de prohibiciones, la aclamada Resistencia Peronista tuvo un drástico cambio cualitativo en sus filas: de estar compuesta por honestos y laboriosos militantes sindicales, espectadores y actores privilegiados de los años felices, pasó a componerse de delincuentes que hacían uso y abuso de prácticas e ideologías aprendidas de zonas geográficas históricamente enemigas de Juan Perón. Los primeros cedieron al ver que las generaciones subsiguientes ya no luchaban por las mismas reivindicaciones que ellos, más aún cuando la mentirosa “Guerra Fría” imponía, como una marca de fuego, el ser yanquis o ser marxistas. Hablar de “Tercera Posición” era ya algo vetusto que había desaparecido para siempre tras 1945, y de la que se creía extinguida en nuestro país a partir de 1955.
Bajo estos signos de atrofia político-ideológica se empaparon las generaciones que luego desembocaron, con anuencia de agentes extranjeros, en las organizaciones armadas que tiempo después ayudarían a provocar y engrandecer el más abominable baño de sangre que sufriera nuestro país. Todos los caminos señalaban a los jóvenes extraviados que la única manera de tener gravitación política en la Argentina consistía en infiltrarse dentro del mayor movimiento nacional de masas bajo la táctica del ‘entrismo’, sin la cual no podrían inducir a millares de muchachos a empuñar las armas o a intentar subvertir los símbolos e íconos más sagrados de aquél con la idea de ganarlos para su causa.
Al ser electo presidente el 23 de septiembre de 1973 por tercera vez en la historia, Juan Domingo Perón no tenía allanados todos los caminos para llevar a la patria a su efectiva reconstrucción y liberación, puesto que urgía cerrar el frente interno de batalla que se daba hacia el seno mismo del Movimiento Nacional Justicialista. Al 24 de marzo de 1976, esa disputa no pudo ser resuelta ni mucho menos, pese a las medidas que desde el sindicalismo peronista y las organizaciones doctrinarias se intentaron adoptar para dicho propósito. La dialéctica miope de los tiempos hizo que tras esa fecha, el peronismo como tal cayera bajo el falso rótulo de “terrorista”, y sean perseguidos y desaparecidos sus dirigentes más capaces, acaso los únicos cuadros políticos que podían darle dignidad a los trabajadores argentinos y a la sustentabilidad económica y laboral de la nación. Y evitar, por su doctrina cristiana y nacional, la lucha inútil entre hermanos, entre facciones.
El Dr. Juan Gabriel Labaké fue preciso en este punto: “(Durante el tercer gobierno peronista) No se trataba de hacer desaparecer a todos los que lucharan por la justicia, sino de separar el trigo de la cizaña. Luego del 23 (sic) de marzo de 1976 se decidió que era “más seguro” enviar trigo y cizaña al fuego extirpador. Sin duda porque el “proceso” no sólo quería vencer la subversión guerrillera, sino que, usándola como pretexto, deseaba y desea eliminar toda resistencia popular al plan elitista que hoy vemos en su desnuda crudeza. A caballo de la lucha contra la subversión, acallaron al pueblo y sus organizaciones”. (Carta a los No Peronistas, Noviembre 1982).
CONSEJOS QUE NO ALCANZARON
La cooptación de la subversión marxista intentó aplicarse masivamente en el sindicalismo argentino, columna vertebral del Movimiento Nacional Justicialista, y para ello comenzaron por la creación de otra CGT, a la que le acuñaron la leyenda “de los argentinos”, que no era otra cosa que un montón de truhanes y plumíferos de izquierda devenidos en auténticos agitadores o ‘células dormidas’ del imperialismo soviético y cubano.
Agosto de 2005. Néstor Kirchner aparece junto al subversivo Eduardo Luis Duhalde (Secretario de DD.HH. kirchnerista) y un familiar de uno de los fusilados en Trelew, en agosto de 1972. Recuérdese que Duhalde ayudó a fundar el MTP (Movimiento Todos por la Patria) en Managua, Nicaragua, que fue ungido Juez de Instrucción por Carlos Saúl Menem y que, entre otros aportes "patrióticos", fue uno de los que auspició, desde las páginas de la revista "Militancia", el asesinato del padre Carlos Mugica en 1974. Otra linda herencia de los tiempos...El peronismo doctrinario u ortodoxo está pagando muy caro el derramamiento de sangre que tuvo que padecer para mantener las 20 Verdades Justicialistas y el movimiento obrero organizado indemnes, ante la amenaza de los imperialismos de turno que, en su tiempo y espacio, y con sus hombres y tácticas, quisieron doblegarlas y subvertirlas. No está de más advertir que el peronismo doctrinario es una pieza de colección, o quizás el refugio de los matreros, de los desubicados por las estrategias del sistema corroedor.
Internamente, el Movimiento Nacional Justicialista enfrentó –con dispar resultado- varios cismas que pudieron haberlo derrotado mucho antes que durante el menemismo o el kirchnerismo. Entre las décadas de 1960 y 1970 ocurrieron aquellos primeros cimbronazos que luego hicieron eclosión y terminaron con la bella doctrina cristiana, humana y nacional del peronismo, y eso debido a una larga proscripción que, más allá de haber consolidado la llegada nuevamente de Perón al poder en 1973, ya había cometido demasiados estragos y rupturas. En esos 18 años de prohibiciones, la aclamada Resistencia Peronista tuvo un drástico cambio cualitativo en sus filas: de estar compuesta por honestos y laboriosos militantes sindicales, espectadores y actores privilegiados de los años felices, pasó a componerse de delincuentes que hacían uso y abuso de prácticas e ideologías aprendidas de zonas geográficas históricamente enemigas de Juan Perón. Los primeros cedieron al ver que las generaciones subsiguientes ya no luchaban por las mismas reivindicaciones que ellos, más aún cuando la mentirosa “Guerra Fría” imponía, como una marca de fuego, el ser yanquis o ser marxistas. Hablar de “Tercera Posición” era ya algo vetusto que había desaparecido para siempre tras 1945, y de la que se creía extinguida en nuestro país a partir de 1955.
Bajo estos signos de atrofia político-ideológica se empaparon las generaciones que luego desembocaron, con anuencia de agentes extranjeros, en las organizaciones armadas que tiempo después ayudarían a provocar y engrandecer el más abominable baño de sangre que sufriera nuestro país. Todos los caminos señalaban a los jóvenes extraviados que la única manera de tener gravitación política en la Argentina consistía en infiltrarse dentro del mayor movimiento nacional de masas bajo la táctica del ‘entrismo’, sin la cual no podrían inducir a millares de muchachos a empuñar las armas o a intentar subvertir los símbolos e íconos más sagrados de aquél con la idea de ganarlos para su causa.
Al ser electo presidente el 23 de septiembre de 1973 por tercera vez en la historia, Juan Domingo Perón no tenía allanados todos los caminos para llevar a la patria a su efectiva reconstrucción y liberación, puesto que urgía cerrar el frente interno de batalla que se daba hacia el seno mismo del Movimiento Nacional Justicialista. Al 24 de marzo de 1976, esa disputa no pudo ser resuelta ni mucho menos, pese a las medidas que desde el sindicalismo peronista y las organizaciones doctrinarias se intentaron adoptar para dicho propósito. La dialéctica miope de los tiempos hizo que tras esa fecha, el peronismo como tal cayera bajo el falso rótulo de “terrorista”, y sean perseguidos y desaparecidos sus dirigentes más capaces, acaso los únicos cuadros políticos que podían darle dignidad a los trabajadores argentinos y a la sustentabilidad económica y laboral de la nación. Y evitar, por su doctrina cristiana y nacional, la lucha inútil entre hermanos, entre facciones.
El Dr. Juan Gabriel Labaké fue preciso en este punto: “(Durante el tercer gobierno peronista) No se trataba de hacer desaparecer a todos los que lucharan por la justicia, sino de separar el trigo de la cizaña. Luego del 23 (sic) de marzo de 1976 se decidió que era “más seguro” enviar trigo y cizaña al fuego extirpador. Sin duda porque el “proceso” no sólo quería vencer la subversión guerrillera, sino que, usándola como pretexto, deseaba y desea eliminar toda resistencia popular al plan elitista que hoy vemos en su desnuda crudeza. A caballo de la lucha contra la subversión, acallaron al pueblo y sus organizaciones”. (Carta a los No Peronistas, Noviembre 1982).
CONSEJOS QUE NO ALCANZARON
La cooptación de la subversión marxista intentó aplicarse masivamente en el sindicalismo argentino, columna vertebral del Movimiento Nacional Justicialista, y para ello comenzaron por la creación de otra CGT, a la que le acuñaron la leyenda “de los argentinos”, que no era otra cosa que un montón de truhanes y plumíferos de izquierda devenidos en auténticos agitadores o ‘células dormidas’ del imperialismo soviético y cubano.
En la Cartilla Doctrinaria N° 3 (de 1974), Perón manifestaba que “En realidad, el marxista no concibe al Sindicato más que como instrumento ocasional, pero no admite que tenga entidad ni energía políticas propias. Lenin comentaba que los obreros, librados a sí mismos, “no son capaces de producir otra cosa que Sindicalismo””. En el otro extremo del espectro, decía el conductor justicialista: “El Capitalismo Liberal naciente no intenta reformar ni actualizar la organización gremial existente; busca destruirla. (…) En la medida en que se obstinó en posiciones demoliberales, individualistas y antigremiales, el Capitalismo, en su organización y desenvolvimiento, cometió el más grave de los errores cuando, en vez de asociar a sus esfuerzos al Sindicalismo naciente, se lo enfrentó y trató de destruirlo”. Los subversivos hicieron caso omiso a la doctrina peronista que era más que clara sobre el rumbo que debía tener el sindicalismo como fuerza orientadora para la concreción de la Argentina potencia anhelada.
La mano derecha de Perón en su última etapa fue José Ignacio Rucci, secretario general de la CGT desde 1970 y hasta su asesinato en septiembre de 1973. Conductor y soldado deseaban inculcar la premisa de los nuevos tiempos: concordia y paz, por sobre todas las cosas. Esto quería decir que la hora de la violencia ya había acabado. Implícitamente, también significaba el final de las organizaciones armadas que se habían vuelto maestras en el crimen casi siempre injustificado y azuzado para la concreción perversa de un interés foráneo.
El discurso que Rucci iba a enunciar en un medio televisivo la tarde de su cobarde ultimación por la Organización Montoneros (25 de septiembre), bregaba por la culminación de la violencia antedicha: “Ahora, que el fragor de las luchas ha pasado a convertirse en historia, la realidad de nuestros días es la unión, el trabajo y la paz. (…) Las leyes emanadas del gobierno del pueblo, elaboradas por representantes del pueblo, habrán de regir la convivencia argentina, asegurar los derechos de todos para frenar cualquier acción ilícita y por lo tanto antinacional y antipopular”. Además, señalaba que solamente en un clima de distensión “las nuevas generaciones, nuestra maravillosa juventud, irá produciendo el indispensable trasvasamiento que la acercará al futuro y al logro de sus mejores destinos”.
El sostenimiento del sindicalismo argentino y la institucionalización del Movimiento Nacional Justicialista –a través de una juventud sana y comprometida con la patria y sus valores- fueron, ante el avance de la subversión marxista mediante el ‘entrismo’, los dos hechos que más preocuparían al último Perón y a sus más leales funcionarios y cuadros dirigenciales.
Pero si el botín de las estructuras y los dirigentes sindicales era lo que más apetecía a los terroristas, otra maniobra ya se había implantado con éxito en los estamentos más jóvenes del peronismo, ganados, en buena medida, a favor del andamiaje ideológico del marxismo y el socialismo. Para 1974, con un derrotero que se había iniciado con el asesinato de Rucci, el teniente general Perón tuvo que desprenderse de los imberbes que conformaban la llamada ‘Tendencia Revolucionaria’. Por primera vez en su historia, la JP (Juventud Peronista) merecía el desprestigio por sus insanas actitudes y desvaríos. Nunca más, desde este año, la “gloriosa JP” volvió a ser la de antes de la infiltración marxista de fines de los 60. Vituperada la JP –de modo justificado-, la Organización Montoneros ya no tuvo un anclaje directo con la estructura más encumbrada del Movimiento Peronista; ahora se las tenía que arreglar ‘solitariamente’ con sus contradicciones e internacionalismo a cuestas.
LA OTRA JUVENTUD
Pero como la generalización causa resquemor, sí es menester aclarar que hubo otras estructuras juveniles del Movimiento Nacional Justicialista que por esos años fueron, por sobre todas las cosas, leales, serias y formadas. Esas otras agrupaciones estaban ligadas a aspectos más formativos y doctrinarios, como Guardia de Hierro, por ejemplo. El peronista y ex teniente 1° Francisco Julián Licastro, así definía a esta entidad:
“(…) Guardia de Hierro fue una extraordinaria escuela de conducción política. Habían hecho una organización de gran seriedad, eran muchachos civiles que sin embargo habían asumido una suerte de carrera militar, con cursos rigurosos y extensos como el de oficial de Estado Mayor. Diplomaban a sus militantes que cumplían todos los estudios estratégicos correspondientes pero aplicados a la política”.
Quienes fijaron una posición a favor del revisionismo histórico (por lo tanto, seguidores de la línea de pensamiento nacional entroncada en San Martín-Rosas-Perón) fueron los militantes del C. de O. (Comando de Organización). Sus publicaciones doctrinarias y formativas eran impresas en aquellos sindicatos que le daban sustento.
Un curso formativo para los cuadros militantes del C. de O. tenía, por lo general, una duración de 4 clases, en las cuales se estudiaban y comprendían temas que iban desde la Antigua Grecia hasta los acontecimientos más recientes que aplicaba por el mundo la lógica sinárquica. Observemos los libros cuya lectura era obligatoria:
“Tres Revoluciones Militares”, de Juan Perón; “La Hora de los Pueblos”, de Juan Perón; “La Década Infame”, de José Luis Torres; “La Historia Falsificada”, de Ernesto Palacio; “Proceso al Liberalismo Argentino”, de Atilio García Mellid; “Política Nacional y Revisionismo Histórico”, de Arturo Jauretche; “Política Británica en el Río de la Plata”, de Raúl Scalabrini Ortiz; “Porque soy Peronista”, de Eva Duarte de Perón; Manual Práctico del 2do. Plan Quinquenal; Constitución Nacional de 1949; “Yrigoyen y Perón. Identidad de una línea histórica de reivindicaciones populares”, de Raúl Scalabrini Ortiz; etc., etc. Con este tipo de bibliografía se regresaba a las fuentes más puras e insustituibles de la última doctrina cristiana y nacional que existió en la patria. Este refuerzo llamaba a no dejarse arrastar por gravísimos equívocos interpretativos o desviaciones con hediondas apetencias foráneas.
El C. de O., asimismo, contaba con un “Centro de Documentación Justicialista”, en la que también se consultaban discursos transcriptos de Juan Perón ya sea los dados en sindicatos, instituciones militares o ante empresarios y gente del mundo intelectual.
En un documento escasamente divulgado, escrito al sobrevenir los confusos tiempos de la Social Democracia alfonsinista (1983), varios ex militantes del C. de O. aclaraban que el “Movimiento Peronista sintetiza todo lo que nos convirtió en argentinos de honor”, y que esa síntesis se correspondía con la revalorización de “la Conquista de la Cruz por estandarte”, con “Facundo (Quiroga) iluminado y Leal hasta la Muerte”, con “la Vuelta de Obligado” y con “el Sable de San Martín en las manos del Restaurador castigando a los traidores”.
La olvidada CNU, originada por 1971, tuvo un rol específico que emanaba de una directiva del teniente general Perón en el exilio: funcionaba como polo doctrinario de los dirigentes sindicales de la UOM (Unión Obrera Metalúrgica) y de la CGT. Además, fue creada la CNU como organismo coordinador del peronismo doctrinario en las universidades, como su nombre lo sindica. La CNU cumplía, de este modo, una función específica dentro de la ingeniería que auspiciaba, por un lado, el retorno de Perón a la patria, la normalización de los escalafones y cuadros del Movimiento Nacional Justicialista y la introducción de la prédica nacional en las facultades argentinas cooptadas con planes de estudio marxistas.
La JPRA (Juventud Peronista de la República Argentina) también contribuyó a la misma finalidad. Sus formadores fueron, entre otros, Alberto Brito Lima (conductor del C. de O.) y Julio Yessi.
Uno de los que ayudó con su dinero a sacar revistas y folletos para la militancia peronista más leal a su conductor, fue el estanciero Manuel de Anchorena, el cual puso sus imprentas a disposición de agrupaciones tales como la CNU (Concentración Nacional Universitaria). Anchorena, quien durante el tercer gobierno de Perón llegó a ser embajador en Inglaterra y uno de los máximos promotores para la repatriación de los restos de Rosas, le regaló a su amigo José Ignacio Rucci un cuadro del Restaurador de las Leyes que permaneció colgado en la oficina que éste tenía en la CGT.
Esta “otra” juventud inserta en las vastas filas del movimiento, buscaba la paz y el entierro definitivo de las armas, premisa especificada con denuedo por José Ignacio Rucci y el propio Juan Perón a lo largo de 1973. El día de la asunción de este último, el 12 de Octubre de 1973, tenía que transcurrir bajo un clima de fiesta y regocijo popular. Como no todos los sectores lo entendían así, en un comunicado firmado por el C. de O. y la JPRA un día antes, se consideró que “solamente la unidad y solidaridad de nuestra organización pueden neutralizar la provocación” de los subversivos marxistas. Entre las varias resoluciones impartidas en ese interesantísimo documento, la primera dice así:
“1.- Todas las Agrupaciones imprimirán la máxima disciplina sobre sus cuadros subordinados. Al recibir una orden del Comando de Organización verbal o escrita solicitarán la confirmación de la misma para su correcta aplicación”. La sexta enmienda, era más clara en cuanto a los agentes de disturbios:
“6.- La presencia de personas no identificadas como pertenecientes a la organización y/o por su carácter sospechoso será advertido a los Jefes de Sección para que procedan a su observación o vigilancia o ulteriores acciones ordenadas por los Jefes de U.T. (Unidades Tácticas) según la actitud del sospechoso”.
En la séptima resolución, los cuadros doctrinarios del C. de O. y de la Juventud Peronista de la República Argentina llamaban a “Los integrantes de la organización (que) ante agresiones verbales no harán lugar bajo ningún concepto a la provocación”, y que “sólo comunicarán a los encargados las novedades y mantendrán a los provocadores bajo observación siempre que esto no dificulte la marcha la cual por ningún concepto se debe interrumpir”.
La dialéctica manejada por los terroristas marxistas infiltrados (Organización Montoneros, Fuerzas Armadas Revolucionarias –FAR- y la Juventud Peronista con todas sus colaterales), varias décadas más tarde resurgió, de boca de sus sobrevivientes, de un modo simplista y harto mentiroso. Especificaban –especifican- que todos aquellos que los combatían en los 70 eran “fascistas”, “reaccionarios” o “terroristas de Estado”, poniéndose a la par, merced a esta falsa interpretación, de lo que pensaban los militares liberales golpistas a partir del 24 de marzo de 1976, cuya consecuencia fue la muerte y desaparición de lo más potable del Movimiento Nacional Justicialista.
Nada han dicho y hecho los kirchneristas, desde 2003 a la fecha, respecto de los 192 intendentes peronistas que, para 1979, servían al mal llamado “Proceso de Reorganización Nacional”. Dicho “olvido” va de la mano con esa otra omisión que salva del cadalso a los que asesinaban a argentinos en nombre del marxismo ateo entre las décadas de 1960 y 1970, sea durante gobiernos peronistas o militares. Y a ambos, debemos sumarle un “olvido” más, quizás el más siniestro: el de los terroristas que colaboraron cobardemente con los militares procesistas para salvar su propio pellejo mientras ‘marcaban’ a sus propios compañeros de aventuras guerrilleras.
¿Cuántos colaboracionistas que compraron por favores perversos sus títulos universitarios, o que pudieron vivir sin sobresaltos ni penurias, pasaron a ocupar cargos públicos a partir de marzo de 2003? Indudablemente, hay una enorme cantidad de dirigentes que tienen un pasado ensombrecido que salpica traiciones y miserias a mansalva.
EL KIRCHNERISMO: ¿SUPERADOR DE QUE?
Compuesto por delatores, corruptos, patoteros y contratados, más que por militantes serios y de intachable foja de servicios dentro del Movimiento Nacional Justicialista, el kirchnerismo se siente como una ideología (¿cuál es?) “superadora” del peronismo. A lo sumo, para decirlo en buen criollo, representa una etapa superadora de la subversión que tenía como punta de lanza a la Organización Montoneros, pues, a menudo, y son sigilo, levanta sus banderas de antaño. Pero como Montoneros jamás tuvo nada que ver con la doctrina y el movimiento creados por el teniente general Juan Domingo Perón, está demás esa absurda y tragicómica mención de que son superadores de no se qué.
Oscar Isidro José "Larry" Parrilli, una de las más grandes figuras decadentes que supimos conseguir los argentinos en las últimas décadas de vida política. Fue uno de los más acérrimos defensores de las privatizaciones que demolieron las industrias nacionales. Estaba extasiado cuando se entregó (privatizó) YPF en 1992. Otro tanto lo estuvo cuando el menemismo privatizó las jubilaciones en 1993, como lo señala la foto. Desde el año 2003 hizo borrón y cuenta nueva: está cerca de cumplir una década como Secretario General de la Presidencia de la Nación. Lindo nene...La mano derecha de Perón en su última etapa fue José Ignacio Rucci, secretario general de la CGT desde 1970 y hasta su asesinato en septiembre de 1973. Conductor y soldado deseaban inculcar la premisa de los nuevos tiempos: concordia y paz, por sobre todas las cosas. Esto quería decir que la hora de la violencia ya había acabado. Implícitamente, también significaba el final de las organizaciones armadas que se habían vuelto maestras en el crimen casi siempre injustificado y azuzado para la concreción perversa de un interés foráneo.
El discurso que Rucci iba a enunciar en un medio televisivo la tarde de su cobarde ultimación por la Organización Montoneros (25 de septiembre), bregaba por la culminación de la violencia antedicha: “Ahora, que el fragor de las luchas ha pasado a convertirse en historia, la realidad de nuestros días es la unión, el trabajo y la paz. (…) Las leyes emanadas del gobierno del pueblo, elaboradas por representantes del pueblo, habrán de regir la convivencia argentina, asegurar los derechos de todos para frenar cualquier acción ilícita y por lo tanto antinacional y antipopular”. Además, señalaba que solamente en un clima de distensión “las nuevas generaciones, nuestra maravillosa juventud, irá produciendo el indispensable trasvasamiento que la acercará al futuro y al logro de sus mejores destinos”.
El sostenimiento del sindicalismo argentino y la institucionalización del Movimiento Nacional Justicialista –a través de una juventud sana y comprometida con la patria y sus valores- fueron, ante el avance de la subversión marxista mediante el ‘entrismo’, los dos hechos que más preocuparían al último Perón y a sus más leales funcionarios y cuadros dirigenciales.
Pero si el botín de las estructuras y los dirigentes sindicales era lo que más apetecía a los terroristas, otra maniobra ya se había implantado con éxito en los estamentos más jóvenes del peronismo, ganados, en buena medida, a favor del andamiaje ideológico del marxismo y el socialismo. Para 1974, con un derrotero que se había iniciado con el asesinato de Rucci, el teniente general Perón tuvo que desprenderse de los imberbes que conformaban la llamada ‘Tendencia Revolucionaria’. Por primera vez en su historia, la JP (Juventud Peronista) merecía el desprestigio por sus insanas actitudes y desvaríos. Nunca más, desde este año, la “gloriosa JP” volvió a ser la de antes de la infiltración marxista de fines de los 60. Vituperada la JP –de modo justificado-, la Organización Montoneros ya no tuvo un anclaje directo con la estructura más encumbrada del Movimiento Peronista; ahora se las tenía que arreglar ‘solitariamente’ con sus contradicciones e internacionalismo a cuestas.
LA OTRA JUVENTUD
Pero como la generalización causa resquemor, sí es menester aclarar que hubo otras estructuras juveniles del Movimiento Nacional Justicialista que por esos años fueron, por sobre todas las cosas, leales, serias y formadas. Esas otras agrupaciones estaban ligadas a aspectos más formativos y doctrinarios, como Guardia de Hierro, por ejemplo. El peronista y ex teniente 1° Francisco Julián Licastro, así definía a esta entidad:
“(…) Guardia de Hierro fue una extraordinaria escuela de conducción política. Habían hecho una organización de gran seriedad, eran muchachos civiles que sin embargo habían asumido una suerte de carrera militar, con cursos rigurosos y extensos como el de oficial de Estado Mayor. Diplomaban a sus militantes que cumplían todos los estudios estratégicos correspondientes pero aplicados a la política”.
Quienes fijaron una posición a favor del revisionismo histórico (por lo tanto, seguidores de la línea de pensamiento nacional entroncada en San Martín-Rosas-Perón) fueron los militantes del C. de O. (Comando de Organización). Sus publicaciones doctrinarias y formativas eran impresas en aquellos sindicatos que le daban sustento.
Un curso formativo para los cuadros militantes del C. de O. tenía, por lo general, una duración de 4 clases, en las cuales se estudiaban y comprendían temas que iban desde la Antigua Grecia hasta los acontecimientos más recientes que aplicaba por el mundo la lógica sinárquica. Observemos los libros cuya lectura era obligatoria:
“Tres Revoluciones Militares”, de Juan Perón; “La Hora de los Pueblos”, de Juan Perón; “La Década Infame”, de José Luis Torres; “La Historia Falsificada”, de Ernesto Palacio; “Proceso al Liberalismo Argentino”, de Atilio García Mellid; “Política Nacional y Revisionismo Histórico”, de Arturo Jauretche; “Política Británica en el Río de la Plata”, de Raúl Scalabrini Ortiz; “Porque soy Peronista”, de Eva Duarte de Perón; Manual Práctico del 2do. Plan Quinquenal; Constitución Nacional de 1949; “Yrigoyen y Perón. Identidad de una línea histórica de reivindicaciones populares”, de Raúl Scalabrini Ortiz; etc., etc. Con este tipo de bibliografía se regresaba a las fuentes más puras e insustituibles de la última doctrina cristiana y nacional que existió en la patria. Este refuerzo llamaba a no dejarse arrastar por gravísimos equívocos interpretativos o desviaciones con hediondas apetencias foráneas.
El C. de O., asimismo, contaba con un “Centro de Documentación Justicialista”, en la que también se consultaban discursos transcriptos de Juan Perón ya sea los dados en sindicatos, instituciones militares o ante empresarios y gente del mundo intelectual.
En un documento escasamente divulgado, escrito al sobrevenir los confusos tiempos de la Social Democracia alfonsinista (1983), varios ex militantes del C. de O. aclaraban que el “Movimiento Peronista sintetiza todo lo que nos convirtió en argentinos de honor”, y que esa síntesis se correspondía con la revalorización de “la Conquista de la Cruz por estandarte”, con “Facundo (Quiroga) iluminado y Leal hasta la Muerte”, con “la Vuelta de Obligado” y con “el Sable de San Martín en las manos del Restaurador castigando a los traidores”.
La olvidada CNU, originada por 1971, tuvo un rol específico que emanaba de una directiva del teniente general Perón en el exilio: funcionaba como polo doctrinario de los dirigentes sindicales de la UOM (Unión Obrera Metalúrgica) y de la CGT. Además, fue creada la CNU como organismo coordinador del peronismo doctrinario en las universidades, como su nombre lo sindica. La CNU cumplía, de este modo, una función específica dentro de la ingeniería que auspiciaba, por un lado, el retorno de Perón a la patria, la normalización de los escalafones y cuadros del Movimiento Nacional Justicialista y la introducción de la prédica nacional en las facultades argentinas cooptadas con planes de estudio marxistas.
La JPRA (Juventud Peronista de la República Argentina) también contribuyó a la misma finalidad. Sus formadores fueron, entre otros, Alberto Brito Lima (conductor del C. de O.) y Julio Yessi.
Uno de los que ayudó con su dinero a sacar revistas y folletos para la militancia peronista más leal a su conductor, fue el estanciero Manuel de Anchorena, el cual puso sus imprentas a disposición de agrupaciones tales como la CNU (Concentración Nacional Universitaria). Anchorena, quien durante el tercer gobierno de Perón llegó a ser embajador en Inglaterra y uno de los máximos promotores para la repatriación de los restos de Rosas, le regaló a su amigo José Ignacio Rucci un cuadro del Restaurador de las Leyes que permaneció colgado en la oficina que éste tenía en la CGT.
Esta “otra” juventud inserta en las vastas filas del movimiento, buscaba la paz y el entierro definitivo de las armas, premisa especificada con denuedo por José Ignacio Rucci y el propio Juan Perón a lo largo de 1973. El día de la asunción de este último, el 12 de Octubre de 1973, tenía que transcurrir bajo un clima de fiesta y regocijo popular. Como no todos los sectores lo entendían así, en un comunicado firmado por el C. de O. y la JPRA un día antes, se consideró que “solamente la unidad y solidaridad de nuestra organización pueden neutralizar la provocación” de los subversivos marxistas. Entre las varias resoluciones impartidas en ese interesantísimo documento, la primera dice así:
“1.- Todas las Agrupaciones imprimirán la máxima disciplina sobre sus cuadros subordinados. Al recibir una orden del Comando de Organización verbal o escrita solicitarán la confirmación de la misma para su correcta aplicación”. La sexta enmienda, era más clara en cuanto a los agentes de disturbios:
“6.- La presencia de personas no identificadas como pertenecientes a la organización y/o por su carácter sospechoso será advertido a los Jefes de Sección para que procedan a su observación o vigilancia o ulteriores acciones ordenadas por los Jefes de U.T. (Unidades Tácticas) según la actitud del sospechoso”.
En la séptima resolución, los cuadros doctrinarios del C. de O. y de la Juventud Peronista de la República Argentina llamaban a “Los integrantes de la organización (que) ante agresiones verbales no harán lugar bajo ningún concepto a la provocación”, y que “sólo comunicarán a los encargados las novedades y mantendrán a los provocadores bajo observación siempre que esto no dificulte la marcha la cual por ningún concepto se debe interrumpir”.
La dialéctica manejada por los terroristas marxistas infiltrados (Organización Montoneros, Fuerzas Armadas Revolucionarias –FAR- y la Juventud Peronista con todas sus colaterales), varias décadas más tarde resurgió, de boca de sus sobrevivientes, de un modo simplista y harto mentiroso. Especificaban –especifican- que todos aquellos que los combatían en los 70 eran “fascistas”, “reaccionarios” o “terroristas de Estado”, poniéndose a la par, merced a esta falsa interpretación, de lo que pensaban los militares liberales golpistas a partir del 24 de marzo de 1976, cuya consecuencia fue la muerte y desaparición de lo más potable del Movimiento Nacional Justicialista.
Nada han dicho y hecho los kirchneristas, desde 2003 a la fecha, respecto de los 192 intendentes peronistas que, para 1979, servían al mal llamado “Proceso de Reorganización Nacional”. Dicho “olvido” va de la mano con esa otra omisión que salva del cadalso a los que asesinaban a argentinos en nombre del marxismo ateo entre las décadas de 1960 y 1970, sea durante gobiernos peronistas o militares. Y a ambos, debemos sumarle un “olvido” más, quizás el más siniestro: el de los terroristas que colaboraron cobardemente con los militares procesistas para salvar su propio pellejo mientras ‘marcaban’ a sus propios compañeros de aventuras guerrilleras.
¿Cuántos colaboracionistas que compraron por favores perversos sus títulos universitarios, o que pudieron vivir sin sobresaltos ni penurias, pasaron a ocupar cargos públicos a partir de marzo de 2003? Indudablemente, hay una enorme cantidad de dirigentes que tienen un pasado ensombrecido que salpica traiciones y miserias a mansalva.
EL KIRCHNERISMO: ¿SUPERADOR DE QUE?
Compuesto por delatores, corruptos, patoteros y contratados, más que por militantes serios y de intachable foja de servicios dentro del Movimiento Nacional Justicialista, el kirchnerismo se siente como una ideología (¿cuál es?) “superadora” del peronismo. A lo sumo, para decirlo en buen criollo, representa una etapa superadora de la subversión que tenía como punta de lanza a la Organización Montoneros, pues, a menudo, y son sigilo, levanta sus banderas de antaño. Pero como Montoneros jamás tuvo nada que ver con la doctrina y el movimiento creados por el teniente general Juan Domingo Perón, está demás esa absurda y tragicómica mención de que son superadores de no se qué.
Los hombres del kirchnerismo provienen de los infiltrados setentistas, de la ‘Segunda Década Infame’ menemista y, en pequeñas dosis, de la fracasada ALIANZA (UCR-FREPASO) que terminó abruptamente con la fuga en helicóptero de su referente presidencial: el masón Fernando de la Rúa. Ah, y también de aquellos que sobrevivieron cobardemente cuando la última dictadura cívico-militar de 1976. A no olvidarlo. Es decir, que el kirchnerismo exhibe todas las características propias de la última gran etapa decadentista de la patria, que va de 1976 al presente 2011.
Su plataforma de gobierno es un puzzle: cultural y socialmente apunta a una concepción socialista predominante, de pensamiento único, alentada por intelectuales que siguen a pie juntillas a Antonio Gramsci. Gracias a esta macabra ingeniería, las organizaciones de “derechos humanos” reciben hoy el beneplácito y el apoyo financiero de aquellos países de continentes que ayer las condenaban (aunque no tanto, bah): Estados Unidos, Gran Bretaña y naciones europeas que no estaban detrás de la ‘Cortina de Hierro’, por ejemplo. Claro que los “derechos humanos” encontraron, bajo las reglas del kirchnerismo, una veta que se mantenía guardada: generar riquezas con las muertes del pasado. Tal bastardeo ahora tiene el visto bueno de los principales centros de poder mundial (de administraciones y fundaciones por igual).
Económicamente, el kirchnerismo no ha tocado los resortes básicos del liberalismo a ultranza que nos devastó cuando la década de 1990. Las multinacionales siguen a la vanguardia de la macroeconomía local, acaparando nuestro mercado en detrimento de las empresas o firmas locales. En determinados rubros, como el minero, los gobernantes kirchneristas firman contratos para que las multinacionales extraigan el oro de nuestras montañas y yacimientos para dejarnos, luego, los suelos contaminados e inservibles por dos monedas. El petróleo no ha vuelto a manos nacionales, con lo cual la entrega (privatización) de YPF en 1992 sigue vigente. No obstante, sería para el kirchnerismo una contradicción nacionalizar aquella firma, puesto que uno de los que más apuró la entrega fue el finado Néstor Carlos Kirchner, padre del engendro. Se dirá que hubo empresas que sí volvieron al Estado; es cierto, sí, pero para hacer infames negociados que no traen mejorías al pueblo argentino: Aerolíneas Argentinas, con 1.000.000 de dólares de pérdida diaria, marca el camino.
El narcotráfico, mejorado en cuanto a sus procesos de producción y debido a su mayor afluente de personas dedicadas a él en nuestro territorio nacional, acrecentó una ‘economía en negro’ que permite, entre otras cosas, la realización de grandes obras públicas en las provincias del interior, y con ello el aseguramiento de un nuevo período gubernamental (Capitanich, Gioja, Rodríguez Saa, etc.). No hay que olvidar los aportes de campaña que hizo el narcotráfico en 2007 para Cristina Fernández Wilhelm presidente.
Y si bien el campo, por medio de la soja, le aporta buenos ingresos al kirchnerismo (el mentado ‘viento de cola’), ante tan poca previsión para realizar las tareas de gobierno, basta y sobra con una sequía para que se le arruine todo. Es que, dicho dinero lo tienen para sus gastos personales o para comprar voluntades, pero no para invertirlo ni para fomentar trabajo y bienestar…ni Justicia Social. El capital de Néstor Kirchner y Cristina Fernández Wilhelm aumentó más de un 900% desde 2003. Casi no existen funcionarios que no tengan su departamento en el carísimo barrio de Puerto Madero.
Políticamente es un híbrido que no tiene pies ni cabeza. Es subsidiario y para nada industrialista, o sea, una bomba de tiempo. Echa mano de las retenciones hasta que le llega el momento de ‘pactar’ con los diversos sectores para que no arda Troya. Y de este modo, va emparchando sus nexos y contactos, sin visión geopolítica ni aplicación de políticas de Estado. Todo es cortoplacista, pan y circo al por mayor.
Empleando a algunos patoteros como el secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno, o Luis Ángel D’Elía -en su momento-, el kirchnerismo silencia las disidencias o manipula índices del sector económico. En este sentido, el kirchnerismo se hace el zonzo con la inflación, que ya galopa. Es una política de matones y canallas que, para perpetuarse en el poder, creó una ‘bolsa de trabajo’: La Cámpora, que en vez de estar compuesta por militantes tiene en sus filas meros gestores, empresarios y dirigentes imberbes que, inexpertos hasta entonces, luego quieren hacerse pasar por militantes hechos y derechos. Salvo los que están inmersos en sus grandes estructuras, los demás se dan cuenta del origen torcido de los ‘camporistas’. Primero, los escritorios y el dinero; luego, por descarte, la militancia.
La mistificación de Néstor Carlos Kirchner después de su dudosa muerte para equipararlo junto a la figura de Juan Domingo Perón (esa es la idea), es irrisoria y subversiva. Otra vez, después de varias décadas desde la irrupción de la Organización Montoneros, regresa el engaño como método político para la toma del poder y la compra de conciencias ilusas.
Ante tanta barbarie, nos preguntamos: el kirchnerismo, ¿es superador de algo? ¿O es, por el contrario, la síntesis perfecta de lo más depravado de la política argentina de las últimas décadas?
Su plataforma de gobierno es un puzzle: cultural y socialmente apunta a una concepción socialista predominante, de pensamiento único, alentada por intelectuales que siguen a pie juntillas a Antonio Gramsci. Gracias a esta macabra ingeniería, las organizaciones de “derechos humanos” reciben hoy el beneplácito y el apoyo financiero de aquellos países de continentes que ayer las condenaban (aunque no tanto, bah): Estados Unidos, Gran Bretaña y naciones europeas que no estaban detrás de la ‘Cortina de Hierro’, por ejemplo. Claro que los “derechos humanos” encontraron, bajo las reglas del kirchnerismo, una veta que se mantenía guardada: generar riquezas con las muertes del pasado. Tal bastardeo ahora tiene el visto bueno de los principales centros de poder mundial (de administraciones y fundaciones por igual).
Económicamente, el kirchnerismo no ha tocado los resortes básicos del liberalismo a ultranza que nos devastó cuando la década de 1990. Las multinacionales siguen a la vanguardia de la macroeconomía local, acaparando nuestro mercado en detrimento de las empresas o firmas locales. En determinados rubros, como el minero, los gobernantes kirchneristas firman contratos para que las multinacionales extraigan el oro de nuestras montañas y yacimientos para dejarnos, luego, los suelos contaminados e inservibles por dos monedas. El petróleo no ha vuelto a manos nacionales, con lo cual la entrega (privatización) de YPF en 1992 sigue vigente. No obstante, sería para el kirchnerismo una contradicción nacionalizar aquella firma, puesto que uno de los que más apuró la entrega fue el finado Néstor Carlos Kirchner, padre del engendro. Se dirá que hubo empresas que sí volvieron al Estado; es cierto, sí, pero para hacer infames negociados que no traen mejorías al pueblo argentino: Aerolíneas Argentinas, con 1.000.000 de dólares de pérdida diaria, marca el camino.
El narcotráfico, mejorado en cuanto a sus procesos de producción y debido a su mayor afluente de personas dedicadas a él en nuestro territorio nacional, acrecentó una ‘economía en negro’ que permite, entre otras cosas, la realización de grandes obras públicas en las provincias del interior, y con ello el aseguramiento de un nuevo período gubernamental (Capitanich, Gioja, Rodríguez Saa, etc.). No hay que olvidar los aportes de campaña que hizo el narcotráfico en 2007 para Cristina Fernández Wilhelm presidente.
Y si bien el campo, por medio de la soja, le aporta buenos ingresos al kirchnerismo (el mentado ‘viento de cola’), ante tan poca previsión para realizar las tareas de gobierno, basta y sobra con una sequía para que se le arruine todo. Es que, dicho dinero lo tienen para sus gastos personales o para comprar voluntades, pero no para invertirlo ni para fomentar trabajo y bienestar…ni Justicia Social. El capital de Néstor Kirchner y Cristina Fernández Wilhelm aumentó más de un 900% desde 2003. Casi no existen funcionarios que no tengan su departamento en el carísimo barrio de Puerto Madero.
Políticamente es un híbrido que no tiene pies ni cabeza. Es subsidiario y para nada industrialista, o sea, una bomba de tiempo. Echa mano de las retenciones hasta que le llega el momento de ‘pactar’ con los diversos sectores para que no arda Troya. Y de este modo, va emparchando sus nexos y contactos, sin visión geopolítica ni aplicación de políticas de Estado. Todo es cortoplacista, pan y circo al por mayor.
Empleando a algunos patoteros como el secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno, o Luis Ángel D’Elía -en su momento-, el kirchnerismo silencia las disidencias o manipula índices del sector económico. En este sentido, el kirchnerismo se hace el zonzo con la inflación, que ya galopa. Es una política de matones y canallas que, para perpetuarse en el poder, creó una ‘bolsa de trabajo’: La Cámpora, que en vez de estar compuesta por militantes tiene en sus filas meros gestores, empresarios y dirigentes imberbes que, inexpertos hasta entonces, luego quieren hacerse pasar por militantes hechos y derechos. Salvo los que están inmersos en sus grandes estructuras, los demás se dan cuenta del origen torcido de los ‘camporistas’. Primero, los escritorios y el dinero; luego, por descarte, la militancia.
La mistificación de Néstor Carlos Kirchner después de su dudosa muerte para equipararlo junto a la figura de Juan Domingo Perón (esa es la idea), es irrisoria y subversiva. Otra vez, después de varias décadas desde la irrupción de la Organización Montoneros, regresa el engaño como método político para la toma del poder y la compra de conciencias ilusas.
Ante tanta barbarie, nos preguntamos: el kirchnerismo, ¿es superador de algo? ¿O es, por el contrario, la síntesis perfecta de lo más depravado de la política argentina de las últimas décadas?
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