Salió publicado
el 18 de agosto próximo pasado en el diario “La Nación” de Buenos Aires, una
editorial cuyo título refleja una problemática de este tiempo: El necesario aumento de la edad jubilatoria,
decía, el cual estaba abordado desde varios puntos de vista. El que más llamó
mi atención, y que guarda íntima relación con lo más clásico del pensamiento
liberal, lo encontré casi de inmediato, en el segundo párrafo, que decía esto:
“Los sistemas previsionales de reparto han
sufrido en el mundo el fenómeno de un aumento más rápido de la cantidad de
jubilados que de aportantes. La prolongación de la esperanza media de vida y la
disminución de los nacimientos explican esta situación. La medicina ha logrado
y seguirá logrando vencer enfermedades que antes eran mortales y, por otro
lado, los CAMBIOS CULTURALES han llevado a UN MAYOR CONTROL DE LA NATALIDAD y a
una REDUCCION DEL NUMERO DE HIJOS. Esto asegura que continuará DISMINUYENDO LA
POBLACION ubicada entre los límites etarios que definen la etapa laboral
activa…”[1]
El angustioso cuadro que evoca la
pluma editorial, guarda sus profundas contradicciones si nos cernimos a la
concepción economicista del más clásico liberalismo, del cual se ha mofado “La
Nación”. Prosigue la publicación con un atenuado exhorto –pero, exhorto al fin-
acerca de la inconveniencia de seguir teniendo un exclusivo sistema previsional
de índole estatal, haciendo críticas a la estatización de las AFJP, realizada, para
fines recaudatorios (caja política), por la administración de Cristina
Fernández Wilhelm de Kirchner. En todo caso, la editorial hace, por un lado,
una objeción al kirchnerismo y, por el otro, una apelación a quitarle al Estado
el manejo de las cajas jubilatorias como en tiempos de Carlos Saúl Menem.
Pero importa, más bien, lo que la
editorial fundamenta en el párrafo transcripto. Allí, “La Nación” explica que,
una de las causas por las que hoy exista un número alarmante de jubilados y
pensionados es por “los cambios culturales
(que) han llevado a un mayor control de la natalidad y a una reducción del
número de hijos”, con la consecuencia de una disminución poblacional.
De autores como Thomas Malthus
(1766-1834), cura anglicano, se han nutrido los propulsores históricos del
liberalismo para sustentar su política económica. Conste que Malthus fue muy
amigo del judío sefardí David Ricardo (1772-1823), otro pope de esa corriente
que auspiciaba, entre otras cuestiones, que el asalariado debía recibir “lo estrictamente necesario permitiendo al
asalariado solamente subsistir y reproducirse”. La contraparte de esta
polémica tesitura era que, según Ricardo, si el salario era mayor al
determinado, la población iba a ir en aumento y la oferta de trabajo también, pero
desencadenando una baja de los salarios. En este punto, era preferible la
aplicación de políticas que no auspicien el aumento poblacional para que haya
mejores salarios, muy acorde a lo expuesto, en alguna medida, por Malthus.
Justamente, fueron políticas maltusianas las que pusieron en práctica
los gobiernos de cuño liberal y neoliberal en buena parte de los siglos XIX y
XX, en donde, a riesgo de que los índices económicos no den en rojo, los cuales
deben traducirse en que las ganancias no se vean afectadas, era menester el
achicamiento del gasto público, la liberalidad de los mercados financieros, el
cercenamiento del Estado en cuanto al manejo y control de las empresas e
industrias fundamentales de la Nación y una acotación de las políticas
culturales a esferas más bien privadas.
A fin de evitar pérdidas económicas, en los países subdesarrollados como el
nuestro, los liberales propalaron la idea de que era mejor que los matrimonios
no tengan hijos en cantidad, porque, al parecer, los recursos no daban para
tanto. Se fomentaron, pues, políticas culturales que, emanadas desde un Estado
cooptado por esta idea, alentaron el control de la natalidad. Más burdamente, el
sionista alemán Henry Kissinger, como secretario de Estado de los Estados Unidos,
sacó un tristemente famoso documento que, bajo el título “Informe Kissinger 200”[2],
e influenciado por la teoría de Thomas Malthus de que para que no falte
alimentos hacía falta eliminar población, hablaba sobre estos aspectos y sobre
su aplicabilidad en los países subdesarrollados, despoblados y riquísimos en
materias primas como el de nuestra República Argentina.
Semejante reingeniería social,
producto del control de la natalidad, ahora hace estragos al quedar expuesto
que, en unos pocos años más, será mayor el número de gente en edad pasiva (y,
por ende, que cobre jubilaciones y pensiones) que la socialmente activa. Es
cierto, que “La Nación” contribuyó, en el auge de estas aberrantes políticas
demográficas, a sostener lo inapropiado de que las familias sean numerosas o de
que el Estado fomente –como lo había hecho Juan Perón en su época- la
procreación de futuros compatriotas para poblar nuestras aún desérticas pampas.
El estadista italiano Benito
Mussolini avizoraba la falacia de los economistas liberales sobre el tópico,
por eso dirá en 1934, que
“La idea de que el aumento de población
determine un estado de miseria es tan idiota que no merece ni siquiera el honor
de una refutación. Se necesitaría demostrar que la riqueza no nace del
multiplicarse de la vida, sino del multiplicarse de la muerte.”[3]
Una
gran verdad se observa en la sentencia, por cuanto a menor cantidad de
habitantes, mayor cantidad de bienes quedarán en pocas manos. Sigue diciendo
Mussolini, que “las clases fecundas de
la población son las más modestas, esto es, las aun amoralmente sanas” porque
no ahogaron “el sentido divino de la
vida bajo el cálculo cerebral del egoísmo”.[4]
¿No oímos, a menudo, la frase que dice que ‘los que más tienen son los que
menos gastan’? Con ese básico y mezquino pensamiento procederían al momento de procrear
vida.
Mismo
en “Il Popolo d’Italia”, suscribirá el Duce que
“Por lo demás, el siglo pasado ha
desmentido plenamente las teorías de Malthus según las cuales el aumento de la
población llevaría al hambre por insuficiencia de los recursos alimenticios. El
mundo puede sostener una población 20 veces mayor que la actual. Los recursos
de los Estados Unidos de América son suficientes para mantener una población
quíntuple de la actual. El Canadá puede hacer vivir a un número veinte veces
mayor que el de sus habitantes actuales. Hay vastas zonas de América del Sur
que son todavía casi vírgenes; hay otras aún en África, en Australia, hasta en
Europa y ciertamente también en Asia.”[5]
Dicho
esto, ¿se hará un mea culpa o
sinceramiento el diario “La Nación” para afirmar que la corriente ideológica
por él sostenida desde enero de 1870 –el liberalismo- es la que ahora ha
generado un grave problema demográfico el cual no puede sostener una adecuada
política económica previsional? ¿Se podrá refrendar, entonces, que la criminal
política de Malthus guarda en su entraña una perversión[6]
y una desnaturalización para el normal funcionamiento de los Estados
Nacionales?
Por Puñal Mazorquero
[2] El nombre completo de este “Informe”, cuya aparición
corresponde al 10 de diciembre de 1974, es “Memorando
de Estudio de Seguridad Nacional 200: Implicaciones del Crecimiento de la
Población Mundial para la Seguridad de EE.UU. e intereses de ultramar” (“NSSM 200”, en sus siglas en idioma
inglés).
[6] Mussolini sentenció acerca de la temática: “¡Malthus! Económicamente es un error;
moralmente, un delito. La disminución de la población lleva consigo la miseria”.
(Citado en Coloquios con Mussolini,
de Emil Ludwig, J. C. Rovira Editor, 1932)
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